Identidades en Tránsito
POR CARLOS JOSÉ PÉREZ SÁMANO EN JULIO 22 DEL 2021
Escribo a mano porque me cansa. Porque así pienso mejor antes de sacar una palabra de mi cuerpo a la página. Porque mover las pulseras de mi muñeca implica esfuerzo. Sina bif na mtu. (No tengo problemas con nadie). Mis pulseras son protección. Me arrastran a través de su sonido hacia la libertad. No puedo hacer nada sin que suenen. Su constante presencia musical me hace consciente de mis actos. Y escribir es un acto político.
Si hoy me atrevo a mover el peso de mis manos es para hablar de identidad. Y si me atrevo a hablar de identidad es porque yo no puedo definir la mía. Porque sentado en un bar del aeropuerto, vale la pena mover la mano, a pesar del ruido. Llamar la atención de las personas sentadas junto a mi, aceptar sus miradas. Porque sé que estoy en un lugar de movimiento y de tránsito. Como mi propia identidad.
Vine a lo que ustedes llaman América, un lugar en donde no tener una identidad definida te arrincona a solo poder expresarte en espacios de indefinición como la poesía. El espacio de la dislocación y la transmutación. Estados Unidos no genera identidades, las destruye. Las absorbe en generalizaciones, las disuelve.
Cualquier persona que se haya trasplantado, ya sea de manera voluntaria o forzada termina por convertirse tarde o temprano en un poeta. Y no me refiero únicamente a trasladarse entre lugares geográficos. Me refiero a cualquier traslado, a cualquier transformación, a cualquier grieta de duda que tumba estructuras de estabilidad. Te llaman por teléfono para decirte que hubo un accidente. Murió tu hijo. Recursos Humanos recortó el presupuesto, estás despedido. Tu mejor amiga se cogió a tu novio. En un instante se descoloca tu realidad. Ahí es cuando te preguntas quién eres. Y no tendrás respuesta.
Y es que para definir nuestra identidad se necesita cierto nivel de estabilidad. A partir de los estudios de física cuántica ahora sabemos que las partículas se comportan de manera diferente cuando son observadas que cuando no. Es decir, a nivel cuántico podemos decir que no existe la realidad objetiva. Dependemos de la mirada para definirnos. Si no podemos definir ni siquiera lo que es real, ¿cómo podemos definir quiénes somos? ¿Cuáles son los parámetros para determinar lo que es humano?
Somos lo que creemos que otros creen de nosotros mismos y al mismo tiempo somos lo que constantemente nos convencemos de ser.
Un espejo que en lugar de reflejar, es transparente.
Somos la mezcla de lo que hemos sido, lo que nunca seremos y lo que vamos a ser. Y somos también todas las posibilidades intermedias, lo que podríamos ser.
Es por eso que los viajeros, los migrantes o los aventureros son los primeros en experimentar en carne propia la fluidez de la identidad. La incertidumbre del momento, el engañoso balance, la posibilidad de la paradoja y el oxímoron.
Se és y al mismo tiempo no.
Cuando llegué a Estados Unidos me sorprendían los mexicanos que se identifican con las culturas ancestrales y practican danzas mesoamericanas. Ahora soy uno de ellos. Y no. Y uno acepta su gentilicio especialmente cuando está en el extranjero.
Y uno encuentra en las culturas prehispánicas una forma de compartir identidad con quienes vienen del mismo sitio.
Y uno sabe que ninguna etiqueta tampoco representa lo que esa palabra define. Soy el más mexicano de mis amigos no mexicanos, y el más mzungu entre los africanos. El más fresa entre los nacos y el más naco entre los fresas.
Somos un péndulo que está al mismo tiempo en los dos extremos.
Somos mucho más y mucho menos de lo que creemos.
Por eso hoy escribo a mano, aquí en un bar del aeropuerto JFK de Nueva York, mientras voy para Francia a presentar una ópera que habla de la cultura mexicana. Porque a pesar de ni siquiera saber que es ser mexicano, o aún, que es ser yo, vale la pena seguir explorando. Porque las identidades se construyen en el camino. Porque si me atrevo a hablar de la cultura mexicana en una ópera en Francia es porque aunque no sepa quién soy, lo he sido desde mi primer respiro, desde que empecé a mover las manos, como ahora, para expresar lo que soy.